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martes, 27 de abril de 2010

Ciencia y poesía, dos caras de la Poesía

Luego de leer El existencialismo es un humanismo de Sartre, un texto que podría aparecer tranquilamente en una revista de domingo con la que los lectores se entibian y sobreviven a esa trampa barroca, a esa pintura tenebrosa, empecé a leer Carta sobre el humanismo de Heidegger, la cual según he oído fue escrita en reacción al texto de Sartre. Ya en los primeros párrafos -que acabo de leer hace minutos nomás- me encontré con una idea que hace rima con cierto pensamiento que he estado macerando por años. En el ensayo de estética incluido dentro mi novela, en su parte crepuscular, o explosiva, se esboza algo así como que la ciencia no es ni padece un resabio de la estética, sino que también, a pesar de disimularlo, pertenece a ella, participa de ella, proviene de ella. Cualquier hipótesis es una obra poética, claro que bajo el aspecto militarizado, pues han rasurado la imaginación. Días atrás, leyendo un recomendable ensayo de Borges sobre La poesía, encontré la siguiente frase: "toda palabra es una obra poética". Con el perdón de la infidelidad de la cita,ésta es indudablemente un preludio de la idea de Heidegger, aunque seguramente sea al revés:

"Efectivamente, «sujeto» y «objeto» son títulos inadecuados de la metafísica, la cual se adueñó desde tiempos muy tempranos de la interpretación del lenguaje bajo la forma de la «lógica» y la «gramática» occidentales. Lo que se esconde en tal suceso es algo que hoy sólo podemos adivinar. Liberar al lenguaje de la gramática para ganar un orden esencial más originario es algo reservado al pensar y poetizar".

El lenguaje es poético. No importa la mella social ni la poda científica. Son sólo apariencias. Entonces sólo hay dos actitudes respecto al lenguaje: usarlo poéticamente o lijarlo. La primera opción es, si bien la esencial para Heidegger, si bien el fondo primero y último del lenguaje, la negativa y, por ende, la opción genial. La segunda es la positiva y la usual, la útil. Pero no importa, sabemos que, sea como sea, la poesía palpita y, aunque se quiera negarla positivamente, puede surgir casualmente en un vómito, en una explosión.

lunes, 12 de abril de 2010

El segundero (tiempo sino tiempo)

No importa el tiempo, sino el tiempo. Según Hume, la excelsitud de un artista se mide en analogía a un reloj. Si sólo marca las horas, es un artista más bien tosco -esto ya no lo dice Hume, no puedo estar muchos minutos ni segundos sin intervenir y destruir las citas-, y si marca también los minutos y los segundos estaríamos hablando de un artista de percepción y ejecución en creciente sofisticación. Esto se puede comprobar en cualquier obra de arte al alcance de nuestras manos, sobre todo si nos tomamos el tiempo necesario para desmenuzarla, transformar las horas en minutos y los minutos en segundos. Claro que hay obras que lo permiten -La mujer sin cabeza del Martel- y otras que se agotan rapidamente en horas -no voy a dar ejemplos-: la paradoja es que las obras que gozan de tiempo caen inexorablemente bajo el dominio de un fino, pero apurado, segundero.
Pero más allá de la escalada de matices hipersutiles cuyo final no sería sino un diseño estilo matrix en el cual cada segundo cifra un detalle, el tiempo no es tiempo sino cuando logramos preguntarnos como San Agustín acerca de lo inefable de su naturaleza. Allí -¡falsedad de los relojes!- vemos caer las horas, los minutos y los segundos, porque el tiempo no pasa, cae, cae como un telón crepuscular que precede a la noche, pileta negra, petróleo denso, donde se ahoga el artista al intentar, cual narciso, verse reflejado y beber. Tal vez allí pueda usar el segundero para remar, o para ajusticiar su corazón.
Conclusión: no importa el tiempo, sino el tiempo.